Las olimpiadas que terminan

Salta
más alto, y corre más y más y más…
vuela (no volar no). Pues ama, más y más y más y más. Y ya.
Estas olimpiadas duran ya 35 años.
Pekin, Londres y Atenas.
Heráclito, Hume y Lao Tsé.
No quiero más medallas.
Ni tuyas, ni de nadie.
Las que había ganado están en un sótano
de Utrera, junto a un viejo vinilo de la Fernanda.
De ahora en adelante
seré el cuarto o peor.
Siempre tres por delante:
médicos, abogados, ingenieros o funcionarios de gran mérito. Eran cuatro.
Bueno pues entonces seré peor.
Y si me das algo para colgar que sean tus brazos,
o un cuadro de Dalí. Uno con mariposas en vez de velas.
Si es que no conecto bien con la vigilia, ni con el dormirme,
ni me gusta andar por los cables.
Hace tiempo que los premios
son pequeños,
y ridículos. No saben a chocolate.
Y ahora tú me dices que no te pierdo… que son ideas mías.
Pues entonces…
¿para qué demonios existen las medallas?
¿Las habré inventado yo?
Las olimpiadas que terminan

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